INTO THE EXPLORATION

Bienvenido seas, lector.
Cada día que pasa es un nuevo comenzar. Lo que ayer impactó en nuestras vidas hoy ya no es nuevo pues hoy impactará una realidad distinta a la del ayer, de modo que podría cambiar el rumbo de nuestros destinos e incluso cambiar emprender un viaje que jamás planeamos. Este nuevo despertar nos abre hacia un mundo distinto al de ayer y nos provee de acuerdo a nuestras necesidades. La del escritor la de abrir nuevas puertas con hechos en nuestra realidad de modo que podamos percibirlas, tomarlas prestadas y darles la forma desde la más maravillosa y extraordinaria hasta la más funesta y lúgubre, de acuerdo al mensaje que el escritor quiere transmitir, o no. Qué disfruten este espacio, queridos lectores.

domingo, 22 de diciembre de 2013

"Tu amor ausente"

La tristeza me invade
Tu ausencia me abruma,
La angustia no sale
Y la vida no sigue.
   
               Los recuerdos resucitan
                   Te veo en mi mente
                        Te extraño, te deseo, te añoro.
                            El sol se ha ido
                              El gris de mi día se intensifica.

lunes, 19 de agosto de 2013

Poema a quien desea vivir

     El sol brilla a raudales,
      No puedo evitar sonreir
         se cuela por la ventana,y por amor,
              mi corazón no deja de latir.

                     La vida implicará frustraciones y tropiezos,
                        Lo más importante es aprender de ellos.
                          No hay vida sin luchas con nosotros mismos
                            Pero siempre hay batallas para ganar
                                Como los guerreros que somos mientras respiramos
                                   dia a día.

                                         La vida transcurre sin detenerse,
                                            Nuestros cuerpos se van deformando a su paso
                                                 pero nuestra alma se purifica si actuamos con juicio.
                                                     Nunca hemos de morir, jamás
                                                       Si somos legítimos gladiadores.


Narrativa Argentina 2013



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martes, 23 de julio de 2013

Relato de un Alma en Pena (parte 2)

RECUERDA QUE ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DEL CUENTO ANTERIOR QUE SE TITULA "Relato de un alma en pena" EN ESTE ESCRITO ARRIBAREMOS AL FINAL DE ESTA TRAGEDIA ACONTECIDA A DOS JOVENES ESTUDIANTES... MAGDALENA Y ADAM

Era demasiado temprano cuando desperté y vi la tenue luz de lo que sería más tarde un amanecer resplandeciente y perfecto. Miré de reojo el reloj que reposaba en la mesita de luz pero estaba tan distraída que no recuerdo la hora exacta que las agujas marcaban. Sentía un fuerte dolor en el pecho como si el corazón fuese a salirse de su sitio.  Estaba abatida. No tenía fuerzas para poner un pie fuera de la cama. Mucho menos para pensar en que debía vencer esa depresión abrumadora, pues hoy sepultaría a mi prometido, Adam.  Me senté sobre la cama y sin pensarlo me incorporé abandonando mi lecho de tristeza. Pero la pena y el dolor se apoderaron de mi y volví a caer sobre la cama, desesperanzada y llorando.
<< Te extraño mucho, querido>> pensé mientras comenzaba lo que yo ya llamaba “luto”     
Los pensamientos de aquel trágico y nefasto accidente no hacían más que apabullarme cada vez que intentaba incorporarme. Tenía que hacerlo. Tenía que levantarme. Tenía que despedirme de él. Para siempre.
<<tenía que despedirme de él>>
Esas palabras fortalecieron mi espíritu de modo que me incorporé poniendo la mente en blanco sin dejar que ningún recuerdo o pena me abatiera de nuevo. Sin embargo, era muy difícil no llorar o emitir algún gemido que otro.  HABÍA PERDIDO A UN SER QUERIDO.
Miré otra vez el reloj y éste marcaba las siete y media. A las nueve me despediría de mi Adam así que me apresuré y me dirigí al tocador. Le eché un vistazo al espejo y vi no más que la figura de una joven de veinticuatro años con el rostro demacrado de dolor. Tenía los ojos hinchados e imaginé que se debía al llanto. Verme  de esa manera no hizo otra cosa que deprimirme más. Las agujas del reloj seguían moviéndose sin pena alguna así que me apresuré más; me puse la vestimenta adecuada para la ocasión y salí con paso veloz por la puerta dirigiéndome al cementerio.
Cuando arribé allí, el gentío estaba diseminado alrededor del ataúd en donde estaban los restos de mi amado. El féretro permaneció media hora en la entrada del cementerio listo para ser trasladado a su sitio de entierro. Varías personas se acercaron a mí a darme el pésame y decirme que la vida sigue y que es bonita y muchas estupideces más que la gente no sabe qué decir en un momento como éste. ¡Qué hipócritas que son! La mayoría de las personas que estaban allí odiaban a Adam por su estilo de vida. Seguramente decidieron venir por puro compromiso con los padres de mi amado o hasta puedo imaginarme que algunos sólo asistieron a la ceremonia para regodearse de que un cerdo como él se estuviese pudriendo dentro de una caja de madera. Una joven chica, de unos veintitantos años había asistido al entierro vestida de rojo y con tenis fluorescentes. Me dio la impresión de que, para ella, esa ceremonia era como cualquier otra; como una fiesta o como la mismísima navidad celebrada el veinticinco de diciembre. Yo contemplé el féretro que aguardaba afablemente en el centro de toda una muchedumbre inútil que se enjugaba falsamente las lágrimas que brotaban de sus rostros, que seguramente, eran lágrimas de alegría. Yo seguí allí…destruida. Sin fuerzas. El pañuelo estaba empapado en lágrimas así que me limité a enjugarme las lágrimas con las mangas de la camisa negra que vestía para la ocasión.
A continuación, se aproximaron cuatro hombres corpulentos y levantaron el pesado féretro para trasladarlo directo a la tierra. El gentío marchaba a paso veloz cuchicheando quién sabe qué y yo seguí a mi prometido por detrás del ataúd. Cuando llegamos al panteón, allí aguardaba un sacerdote con una sotana negra. Era un sacerdote anciano y su rostro estaba todo curvado de arrugas. Desconozco por qué,  pero el semblante de ese sacerdote me transmitía un poco de paz. El cura rezó una plegaria en latín y luego concluyó con una bendición en inglés. Adam ya descansaba en paz. Su cuerpo yacía inerte bajo tierra pero yo seguí allí. Parada. Inmóvil. Todos se habían marchado para entonces, cuando se acercó a mí un niño descalzo con los zapatos cuyas suelas estaban desprendidas, su semblante estaba sucio y su ropa harapienta.

-Señorita, creo que va a llover- dijo el niño. Su voz era tan inocente que me dio mucha ternura.
    -¿Tú crees?- le pregunté yo incrédula. Hacía un día magnífico.
    -Eso creo- dudó el pequeño niño rascándose la cabeza.- Al menos eso fue lo que oí hoy en la radio, señorita.
Sonreí con ganas. Ese niño irradiaba un brillo de inocencia pura que nadie podría resistirse jamás a sonreírle a alguien así.
-Pues, que niño más curioso e interesante eres. Escuchas la radio. ¿Y qué más haces?
-Pues sólo eso. Le hago compañía a mi tío que vive un rancho pequeño por aquí cerca. Él no tiene trabajo así que ambos nos paramos en la entrada del cementerio y vendemos flores. Siempre lo acompaño y escucho la radio con él. Hoy le pedí que se quedara en nuestro ranchito. El pobre está muy anciano y quiero que descanse un poco.

Lo contemplé con dulzura. Sus ojos eran verdes claros y su cabello era amarillo como la arena, sólo que un poco enmarañado y mugriento

-¡Qué niño más dulce eres. ¿Cómo te llamas?- le pregunté
-Devon. Me llamo Devon.
    -Y además de tu tío, ¿vives con alguien más?
     - No, señorita. Sólo mi tío y yo.
     -  ¿Y tu mami y papi?

   - Pues…es una historia muy trágica, señorita. Mi papá murió unos meses antes de que yo naciera. Y mi mamá no quiso cargar conmigo así que me tuvo y me dejó a cargo de mi tío. Él es tan bueno que a pesar de que pasamos hambre, no cambiaría ese estilo de vida por ninguno mejor. Él es muy leal y yo quiero responderle de la misma manera, señorita.

    -Y lo eres, Devon.- le dije sonriendo.
   - ¿Puedo preguntarle algo?
   -Sin duda alguna, Devon. Pregúntame.
   -¿A quién acaba de perder?

     Me puse roja. Su pregunta me tomó por sorpresa.
-Mi esposo- respondí.

     En parte era cierto y en parte no.
-Lo lamento mucho, señorita- me dijo apesadumbrado.
-Muchas gracias, Devon. Eres muy noble, lo sabes.
    -¿Me aceptaría esto?

El niño había levantado una cesta repleta de flores de todos los colores de la que no me había percatado. Una lágrima más brotó de mis ojos.

   -Ay, Devon. Es que… no he traído dinero para….
   -No, señorita. No se la estoy cobrando.
   -¿Es para mí?- pregunté confusa.
  -En realidad es para que usted se la obsequie al ser que acaba de perder.

El acto del niño me había dejado sin palabras. No había nada más incómodo que un momento como ese. Una pérdida horrible y un pequeño angelito que anda divagando por las calles con hambre y frío.

-Ay, es que Devon… yo…
-Tómela. Es una rosa violeta. ¿Puede creerlo?
-No sabía que existiesen.
- Yo tampoco, señorita. Pero el mundo y la naturaleza nos sorprenden cada vez más. Ahora si me disculpa tengo que ir a trabajar. Que le vaya muy bien y, otra vez, lamento su pérdida.
-Muchas gracias, pequeño. Y buena suerte.

El niño se alejó a paso lento por uno de los pasillos del laberíntico cementerio.  Quedé atónita ante lo que acaba de pasar que, por otro lado, me enternecía mucho. Miré la rosa violeta y luego al agujero que había en un punto del cementerio en donde, en su profundidad, reposaba el ataúd de Adam.

      -Adiós, mi vida. Nunca te olvidaré.

Entonces besé la rosa violeta para luego lanzarla a la tumba  de mi prometido. PERO NO PUDE.
El aroma de aquella flor me embelesó e incluso me sentí mareada. Debía haberme golpeado con algo al caer que me desmayé o algo así. Pero ya no estaba más en el cementerio. Un lugar que no conocía se exhibía ante mí. Una especie de mundo que jamás se me hubiera ocurrido que existiera.
Estaba sentada sobre algo que no sabía cómo definir. Una especie de humo se esparcía por ese sitio en donde primaba un silencio sepulcral. 

   << yo tampoco te he olvidado, mi cielo>> susurró una voz.
-        ¡¿A...A...ADAM?!
<<¿Vienes conmigo?! >>
 A continuación me tendió una mano y sin vacilar me aferré a ella como si se me fuese a escapar otra vez.

                                                                             FIN

Narrativa Argentina 2013



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martes, 16 de julio de 2013

Olvidos

  La fría noche ha culminado
   y un hermoso amanecer ha aflorado.
      Las flores brillan a la luz del sol
         y las aves cantan en una primavera resplandeciente.

                                                                    El gentío va de un lado a otro
                                                   mientras yo los observo desde el umbral de mi casa
                                                                   observo como sonríen y viven
                                                                   cómo respiran y andan.
                                                                    Mi corazón está destrozado
                                                                   El amanecer es esa oscura noche violenta.

                 
            Mis lágrimas manchan las sábanas blancas, ahora húmedas
            mis pensamientos bloquean cada posibilidad de soñar
            mi tristeza me invade y no puedo respirar.
            Pienso en tu bello rostro y en que ya no estás
            y me sofoco. Me sofoco.
            Hay muy poco que pueda hacer
             hay muy poco que pueda decir
             lo único que intentaría es no dejarte ir.
                         

                                                           Te extraño aunque no lo sepas
                                            lloro por tí aunque te sea indiferente
                                                              ya no existe el sol,
                                                              ya no existe la luz
                                             sólo la oscuridad que me dejó tu ausencia.


 The dedication of this poem goes specially to someone I just met and is no longer by my side.
                                                                 
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lunes, 15 de julio de 2013

Relato de un alma en pena (Parte I)

                                   RELATO DE UN ALMA EN PENA

Tenía apenas veinticinco años cuando ocurrió la tragedia. Llevaba a mi chica- bueno, por así decirlo, a mi novia oficial porque no ella no era la única que la que salía-. Solía tener citas clandestinas a espaldas de mi chica con otras mujeres lo cual me parecía divertido y un poco audaz. Nos dirigíamos a Harvard, una de las universidades más prestigiosa de Nueva York. Pero el destino me pasó la factura por todo el mal que había hecho y ahí es donde comienza mi desgracia.

¡Mi auto! Mi más apreciado bebé había quedado hecho añicos estampado contra un poste de luz antes del mediodía. Magdalena, mi prometida, sólo había sufrido unas leves contusiones en su rostro y algún que otro rasguño en sus codos. Apenas tenía una cortada no muy grande en su frente y un poco de sangre en su suéter blanco que no era su sangre sino la mía. PERO A MI ME TOCÓ LO PEOR. ¡MALDICIÓN!
Observé cómo los transeúntes, movidos por la curiosidad, se amontonaban a los costados del destartalado auto en el que había dado mis últimos respiros. ¿OBSERVÉ?, se preguntarán ustedes. Así es. Yo observé todo el tiempo mi cuerpo inerte en el interior de mi auto y a toda estas personas, testigos de la tragedia, que cuchicheaban y teorizaban contradiciéndose unos con otros sobre cómo había sucedido en realidad el accidente. Mi corazón ya había dejado de latir. Sin embargo, sentía una frialdad inexplicable en mi interior. Ya no era más humano. Pero, ¿por qué seguía sintiéndome como tal? Ignoré el gentío curioso que seguía parado allí, cerca del destrozado auto y ahora contemplé a mí querida, Magdalena. Magdalena seguía reposando en el asiento delantero del vehículo. Su expresión era fría y confusa aunque no había miedo en su mirada que la delatara. Pero sí lo tenía. Magdalena estaba asustada y a pesar de la confusión que la embargaba, su mirada era lúgubre y más lúgubre- la noté yo- cuando reposó su rostro sobre mi hombro y me sujetó con sus manos cálidas las mías, ahora frías como el hielo.

Siento mucha vergüenza tener que admitir después de muerto lo arrepentido que estaba de ver a aquella persona sufrir tanto por mí en ese momento. En realidad, podría apostar mi alma al diablo y afirmar que Magdalena ya era inmune al sufrimiento que le ocasioné estos últimos cinco años que salimos como pareja. No quiero que ustedes me vean como la víctima ahora que ya estoy muerto. De nada sirve decir que fui “un santo” cuando en realidad no hice más que malgastar mi vida y destrozar la de ella.

No hace mucho tiempo atrás organizaba citas con mujeres de todas las edades. No me importaba si eran jóvenes o viejas. Si eran bonitas o si era mejor besar a un sapo que acostarse con esas mujeres a las que les faltan dientes en la boca o cuya belleza brilla por su ausencia. No iba por lo esencial que era el afecto sino por la diversión de sentirme deseado, codiciado y de que me halagaran y piropearan constantemente. Me gustaba arreglarme y ponerme las mejores prendas de marcas muy reconocidas y costosas. Así, mi belleza estaría mejor cotizada y podría tener a quien quisiera y cuando quisiera. Ser independiente fue una de las primeras reglas que le impuse a Magdalena cuando empezamos a salir. No quería que me molestase cuando no quisiera estar con ella. Nada de llamarme al móvil preguntándome dónde o con quién estaba. Debo remitir a lo que ya dije antes. Me veo obligado a hacerlo. Magdalena me amó desde el primer momento que nos conocimos y, por tal causa, aceptó esas estúpidas reglas que le impuse. Y peor aún, seguir al lado de un gusano como yo sabiendo todo lo que hacía, y más aún, sabiendo que estaba con otras mujeres. En más de una ocasión le dije que iría a una fiesta- ella sabía que en esa “fiesta” habría mucho alcohol y sobre todo mujeres- pero que ella no me podía acompañar. Siempre destaqué la regla de la independencia de pareja antes de que ella pudiera decir “A”. Y como era algo tan usual en mi y desde luego para ella, Magdalena nunca se sorprendía cuando llegaba ebrio a altas horas de la noche, trastabillando y tratando de encajar la llave en la cerradura. Desde luego, Magdi  siempre veló por mí y no dormía por esperar a que yo llegara fundido en alcohol o frustrado por una noche más desperdiciada y tediosa.
-      --  Adam, mi vida.Entra a la casa. Hace mucho frío afuera. 
         Ven. Te ayudaré-.
Eso era lo que solía decirme cuando estaba perdido dentro de un mundo oscuro al que me había conducido la noche y el alcohol. Entonces, era mi Magdi quien me conducía a hasta la habitación, me quitaba los zapatos y me tapaba con unas cobijas gruesas como quien estuviese en el polo norte.
En las mañanas, cuando ya estaba sobrio, me levantaba con mucho esfuerzo por la flojera que me producía la resaca de la noche anterior. Obviamente, esperaba que el desayuno estuviese ya preparado como debía ser. Como si Magdi fuese no mi pareja sino me esclava. El desayuno sin más, estaba servido en la mesa. Todo en un ambiente pulcramente ordenado.
No me importaba si Magdi sacaba el tema de la noche anterior sobre cómo me había ido o incluso con cuántas mujeres había estado. No obstante, debido a la resaca que tenía, abría el periódico y me escondía detrás de él o miraba una que otra vez al reloj que estaba colgado al lado de uno de los aparadores de la cocina para evadir la posibilidad de que nuestras miradas se cruzasen. Quizá sí tenía un poco de vergüenza. Lo malo de eso, era que se trataba de una vergüenza efímera que sólo duraría una mañana y cuando cayera la noche, ya no quedaría ni el recuerdo de ello.
<< Lo lamento mucho, mi querida Magdi >>  pensé mientras seguía contemplándola en el interior de mi auto. Su mirada seguía ausente en la nada. Parecía no importarle el gentío diseminado alrededor del auto. Sólo permanecía aferrada a mi cuerpo sin vida y con unos hilos de lágrimas que se deslizaban sobre sus mejillas. Su cabeza, permanecía reposada sobre mi hombro y sus manos estaban atadas a las mías como dos candados. Para ser honesto con ustedes, que escuchan mi relato repleto de infortunios, nunca había puesto demasiada atención en por qué mi Magdi había soportado tanto sufrimiento. Un sufrimiento prescindible del cual, ella podría haberse desecho con sólo echarme a la calle. Pues así mismo como lo oyen. Mi hogar era en realidad de ella. Ella era la dueña legítima del apartamento en el que vivíamos. Pero nunca me amenazó ni me advirtió que dejara la buena vida a cambio de una estabilidad más sólida entre nosotros o que me echaría a patadas de su casa. Debió haber sido amor. Desearía meterme en el interior de una máquina del tiempo y regresarlo todo. Cambiarlo todo. Pero ya es tarde. Yo he partido. Me fui pero estoy. No sé o no estoy muy seguro de lo que soy ahora. Sé que soy algo que puede ver sin que lo vean. Algo que puede transportarse de un sitio a otro en un santiamén. Pero qué sigue luego….?
Al desprenderme de mi cuerpo material mis recuerdos como humanos se fueron desvaneciendo. Sólo oía una voz que susurraba algo como si fuera una rima o algo por el estilo. Esa voz eclipsaba cada vez más mis recuerdos….
<< El juego de la vida tiene un principio,
    Empieza por la dicha que es un buen inicio.
   Pero la aflicción te cantará cómo fue tu vida
  Descifra este acertijo y encontrarás la salida.
  Halla el momento con estos dos sentimientos,
  Y el paraíso será tu consentimiento.
 En la vida el pecado ha de estar presente
 Y si tienes fe no habrá maldad alguna que te tiente.
No olvides el mal que al hombre ahorca,
Y procura que tu fe no sea tan poca >>
Eran rimas? Era un acertijo? Es este el proceso divino que hay que superar para ser perdonado en vida? La voz me susurraba el acertijo o lo que sea que fuese. Pero no logro comprender a qué se refiere o cuál es realmente el precio que tengo que pagar por una vida pérfida a la que me presté.
pero la aflicción te cantará cómo fue tu vida” repetí para mí mismo. No comprendía el significado de aquella frase tan reveladora. Por algo sólo los malos recuerdos habían quedado impresos en mi memoria. No recordaba ningún momento feliz junto a Magdi. Si es que lo hubo alguna vez. Entonces, ¿debería ahondar en los recuerdos que me produjeron aflicción a ella y a mí?
empieza por la dicha que es un buen inicio”
¿A qué dicha se refiere si no recuerdo ni un solo momento de dicha? ¿qué clase de juego es este? ¿DICHA Y AFLICCION en un mismo momento?
Se me ocurrió que lo mejor era darme por vencido y recibir mi merecido. Pero un instante después, pensé que la llave de la respuesta a mi solución debía estar en casa de Magdi. Allí habría pasado los mejores momentos con ella. Entonces me dirigí a su apartamento.
La noche había caído con su manto oscuro y un tanto funesto. La capa del crepúsculo se había desvanecido y no había quedado más luz que la que irradiaba la luna. Atravesé la puerta del apartamento y comencé a buscar desesperadamente. Miré con detenimiento cada objeto a la vista que me remitiera a algún recuerdo vago de felicidad. Sólo vi muebles, un juego de llaves tiradas sobre la mesa de algarrobo, tres sillas dadas vueltas y el polvo que cubría las paredes desde la cocina hasta la sala de estar. A continuación, escuché un leve gemido que procedía de una de las habitaciones. Me deslicé rápidamente siguiendo el origen del gemido y entré en una habitación donde, desplomada de dolor, estaba una joven muchacha tendida en la cama con los ojos anegados en lágrimas. A su lado, abrazado, tenía el diario que había conservado por años. Nunca supe qué clase de cosas había en él y nunca me interesé en averiguarlo. Pero estaba aferrada a él como si alguien fuese a arrebatárselo de las manos. Sus gemidos eran cada vez más irregulares de modo que aguardé a que se tranquilizara un poco para tomar prestado eso a lo que ella se aferraba tanto. Quizá podría ayudarme con algún recuerdo. Un recuerdo bueno. Tomé el diario sigilosamente y lo abrí con cuidado como si temiese de lo que fuera a encontrar allí. Al principio me parecieron demasiado cursis las anotaciones que ella hacía sobre nosotros. Fotos mías y de ella juntos con dibujos alrededor y grafitis en los que expresaba cuánto me amaba. Recorrí varias páginas más, muy similares a las anteriores, aunque, conforme iba pasando las hojas, la tinta de la birome se iba corriendo debido a la humedad de sus lágrimas. Busqué con sigilo y con una curiosidad voraz por saber qué había en él. Entonces, encontré algo que me llamó mucho la atención. Una página en cuya parte superior estaba escrita la fecha actual.
                                                                          24 de octubre de 2012
Querido diario,
        Han pasado horas desde que se marchó. Siento su ausencia tan potente como la tempestad que destruye al bosque más salvaje  y fuerte que pudiese existir. Cada rincón de este lugar me recuerda a él. No tengo idea de cuánto tiempo tardaré en superar su partida ni si voy a poder hacerlo. Pero sí sé que deberé conformarme con saber que él está en un lugar más precioso.
 Lo amé. Lo amé con todo mi corazón. Hubiera optado ser yo quién muriera en ese trágico accidente y no él. Habría dado mi vida por la suya cien veces más.  << me juzgarán por esto>> Dirán que estoy loca por querer dar mi vida por ese “gusano” como muchos lo llamaban pues sabían que Adam, al igual que yo, se metía en lugares que prefiero no describir y andar con personas que no quisiera conocer jamás. Pero es mi amor. Soy lo suficientemente adulta y consciente de que él se marchaba a esos lugares en donde su centro de atención no era precisamente yo. Quizá su autoestima era muy baja y por eso hacía lo que hacía. O no. Y admitiré ante quien sea y humillada si así tiene que ser, que me dolía saber que mi prometido salía con otras mujeres. Tú, querido diario, lo sabes. Sabes cuántas lágrimas he derramado por él mientras no estaba en el apartamento. Pero ahora mis las lágrimas que recorren mi rostro no se comparan con aquellas tan insignificante que brotaban de mis ojos por tonterías como esas. Mis lágrimas se justifican. Es mi luto. Lloro mi pérdida. Si habré sufrido o no, eso es parte de mi pasado. Y si sufrí, fue el amor mi escudo más potente que me ayudó a estar junto a la persona que amaba. Si hubiese algo que perdonar, ya estaría perdonado. << hombre somos y como  hombres actuamos>> << el ser humano es débil a la tentación y todos somos propensos a caer en ella>>  No habría perdón alguno si no lo amase.
 Querido diario. Los días seguirán su transcurso como si nada hubiese pasado. Pero conservo la esperanza de que Adam está donde el mal no puede llegar. Lágrimas de tristeza habré de derramar al igual que las lágrimas de felicidad por su dulce vida. Gracias por ser siempre mi más fiel y amigo confidente.
                                                                                            Magdalena
Releí una vez más la página completa y sentí que necesitaba vivir. Vivir para decirle que me perdonara. Abrazarla. Besarla. Decirle que la amo. Agradecerle. Todo. Todo. Pero ya era demasiado tarde. Todo ocurrió en un santiamén y el destino me llamó la atención. Lo que más estimé- lo material- me destruyó. Lo que más subestimé- mi querida Magdi- era el regalo que la vida me había preparado y lo había ignorado.
A continuación, me aproximé a su cama y le acaricié  una mejilla húmeda, todavía por las lágrimas.
-        Gracias por tu perdón, mi cielo.- susurré con voz dulzona
-        Y gracias por abrirme las puertas del paraíso. Supongo que aquí está lo que estoy buscando.
“Lágrimas de tristeza habré de derramar al igual que las lágrimas de felicidad por su dulce vida” recordé.
La bondad de tu perdón y de seguir amándome sin haber rencor y la aflicción que sientes por mi partida serán tu regalo hacia mi salvación.
Entonces tomé nuevamente su diario y me sumergí en él emprendiendo un viaje hasta cruzar unas puertas que aguardaban semi-abiertas.
                                                          CONTINUARA
Revisión por "Dan Smock"
Literatura Argentina.
Relato corto escrito por A.R Meyer.
Año de publicación: 2013


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miércoles, 26 de junio de 2013

La voz del Angel



Habían pasado las tres de la mañana cuando el señor Schäfer se incorporó de su cama luego de cuatro largas y tediosas horas de un sueño en vano. La frustración de un merecido descanso luego de horas y horas de trabajo se debía más que nada a la
horrible pesadilla que había tenido la noche anterior y que lo había abrumado durante el día, en su larga y demandante jornada laboral, e incluso ahora, cuando todos reposaban afablemente en sus camas descansando y reponiendo fuerzas para la jornada del día siguiente. En su sueño tan poco usual, el señor Schäfer escuchaba la voz de su difunta esposa, Amelia. En realidad, lo único que oía más que su voz era un susurro casi inaudible que Schäfer no lograba comprender. La voz parecía afable y a su vez trágica.
"No te preocupes, Robert. Nathan estará a salvo".

Eso creyó interpretar él de modo que no comprendía el sonido inusual de aquel susurro tan estrafalario. Desesperado por entender aquel mensaje tan inquietante, se limitó a leerle los labios a su difunta esposa quien, enfundada en un vestido blanco que le cubría los pies como si flotaran en el aire, exhibía una sonrisa perfecta y angelical. Su rostro era apenas visible y transparente en un lugar desconocido con un brillo blanco enceguecedor. El señor Schäfer intentó decir algo luego de suponer que había entendido bien aquellas palabras no sonoras, pero la desesperación le fue tan abrumadora que pensó que se moriría en el sueño. Articuló los labios para replicarle algo a su esposa- en realidad era un reclamo, como un cliente que deja asentada una queja por un mal servicio- pero no hubo sonido alguno que se produjera. El señor Schäfer había sufrido mucho la partida de su esposa y a partir de entonces no había hecho más que aferrarse a su pequeño hijo de ocho años. Un año después de que Amelia falleciera, a su hijo Nathan le habían detectado un tumor letal en el cerebro, el cual, día a día, le consumía la vida al pequeño niño, atrayendo no más que la expectante muerte que montaba guardia, esperando ávidamente el momento para ejecutarlo. Schäfer trató de volver a la calma y de esforzarse por interpretar lo que su esposa le había dicho, como un mensaje de consuelo. En dondequiera que estuviese, Amelia sólo trataría de absorber aquella tragedia de la mente de su esposo, aunque no había remedio ni consuelo alguno que lo evitase. Saliendo de su ensimismamiento, el hombre corpulento y de estatura exuberante caminó hasta la ventana de su habitación y a continuación contempló las desiertas calles que se exhibían en Hannover, Alemania. Encendió un cigarrillo y lo sostuvo con dos dedos como si estuviese dispuesto a fumarlo aunque no hizo más que sujetarlo mientras éste se consumía paulatinamente. Su mirada permaneció perdida sin clavarla en un punto fijo. Hacía demasiado frío afuera aunque Schäfer temblaba sin percatarse de ese evento. Sus sombríos pensamientos eran quienes lo mantenían sedado e inmune a aquella atmósfera un tanto lúgubre. Volvió en sí como si hubiera despertado de nuevo. Cerró la ventana dejándola entreabierta y se dirigió a la habitación de Nathan. Irrumpió en ella silenciosamente cuidando que sus pasos torpes no hicieran demasiado ruido que despertara al niño. Observó a su hijo mientras éste reposaba indefensamente en su cama. Observó cómo el cabello rubio estaba todo enmarañado, seguramente por los cambios de posturas de Nathan, de un lado a otro mientras dormía. Contempló aquel ángel que descansaba pacíficamente y que ignoraba por completo lo que le estaba a punto de suceder. El señor Schäfer no pudo contener la pena y unos hilos de lágrimas se deslizaron por sus mejillas.

- Mi pequeño hijo- susurró el hombre con ternura.
- Es demasiado pronto para que te vayas. Quédate, mi vida. Te lo imploro. Quédate y nunca me dejes.
- ¿Papá?
Una voz suave e inofensiva emergió de la oscuridad. Era Nathan que se había despertado al oír los sollozos de su padre.
-      Aquí estoy, papá. Yo no me he ido a ninguna parte. ¿Por qué lloras?
El señor Schäfer se quedó at´nito, sin saber qué responder.
- Por nada hijito. Simplemente soñé con tu mami- respondió con dulzura.
- ¿Ella se encuentra bien, papa? ¿Qué te dijo?
- Ella se encuentra más que bien, Nate. Y me dijo que está observándote desde el cielo y que jamás, jamás dejará de amarte y de cuidarte.
- Y también cuida de ti, verdad.
El señor Schäfer sonrió apenado ante aquella voz melódica e infantil que procedía de la cama de su hijo.
- También cuida de mi, sí.
- Entonces, ¿estás llorando porque la extrañas mucho?
- Mucho, hijo.
- ¿Papá?
- Dime, hijo.
- Necesito que hagas algo por mi.
- Lo que tú me pidas, hijo.
- Hace mucho que no sueño con ella. Pero si tú la sueñas de nuevo, podrías decirle que la amo muchísimo y que voy a estudiar muchísimo para ser un arquitecto como tú y para que ella esté orgullosa de mi?

Las palabras articuladas por aquel ser tan inocente y desgraciado hicieron que el señor Schäfer abandonara la habitación de Nathan, casi como corriendo una maratón. Cerró la puerta azotándola y dejando un eco estridente detrás. El corpulento hombre, a continuación, se desplomó en el piso y acurrucado bajo el umbral de la puerta, lloró desconsoladamente el destino tan desafortunado y prematuro de su hijo.

A la mañana siguiente, el hombre había despertado muy temprano a Nathan para llevarlo a su consulta semanal con el médico que le había detectado el tumor. Tenía horribles ojeras bajo sus ojos debido a la falta de sueño y su actitud externa era la de un hombre resignado a perder. Cuando llegaron a la clínica, Schäfer le ordenó  a Nathan que permaneciera afuera del consultorio y le pareció apropiado hablar primero con el médico antes de continuar con la  sesión semanal.

- Por el amor de Dios, Caius. ¿No hay nada que puedas hacer?
- Robert, creo que no he sido lo suficiente claro respecto al diagnóstico de Nathan. Reafirmo lo que he dicho antes, querido amigo, y no hay nada que podamos hacer por el niño.
- Por favor. Te imploro que encuentres una medicina para salvar a mi hijo. Eres médico, no.

El señor Schäfer estaba colérico. Como hombre necio que era, no parecía que fuera a darse por vencido y dejar que su hijo le fuera arrebatado también. La furia le recorría por su blanco rostro que ahora estaba rojo aunque su aspecto no había sino empeorado debido a la ira y a lo negro de sus ojeras.

- Es lo que todos ustedes hacen, no. Jugar a ser Dioses y decidir quién es digno de seguir viviendo y quién es el merecedor de una bonita lápida.
- Por Dios santo, Robert. ¿Acaso te escuchas lo que dices?
- ¿Acaso miento?
- Robert nos conocemos desde hace muchos años. Siempre les he tenido un gran aprecio a ti y a Amelia, que Dios tenga en su gloria. Pero el diagnóstico es claro e irrefutable.
- El diagnóstico puede equivocarse, por Dios. Hazle otros análisis, indaga más sobre su enfermedad.
- Robert.
- Hazle los estudios que tengas que hacerle.
- Robert.
- Pero por favor no dejes que se vaya.
- Robert.
- ¿Es por dinero?
- ¡ROBERT! Es suficiente. Estás cruzando los límites de la estupidez.
- Te lo daré todo. Haré lo que me pidas pero salva a mi criatura por amor a Dios.
El señor Schäfer se detuvo. El desconsuelo que embargaba su rostro en pena y los perennes sollozos que emitía, le impidieron seguir articulando una palabra más. Estaba desconsolado, con la cabeza apoyada en sus manos llorando escandalosamente.
 El doctor Caius Becker aguardó a que su amigo se calmara un poco y dijo:
- Robert, no hay nada más que deseara en este momento que la salud dependiera del dinero
- ¿Qué me quieres decir con eso?
- Amigo, por favor. Sé fuerte por tu hijo. Vívelo al máximo. Pasa todo el tiempo que puedas con él, juega con él y no permitas que la depresión que te embarga te haga desperdiciar esos momentos-.

Robert Schäfer parecía no dar crédito a lo que oía. Seguía obstinado diciendo incoherencias sobre cómo los médicos juegan a ser Dioses y de que investigara y le preguntara a sus colegas sobre si había alguna medicina  siendo investigada en algún país capaz de combatir una enfermedad tan letal
- Robert, conozco a Nate desde que tenía un día de edad. No hay nada que me daría más gusto que poder decirte que hay una cura para tu hijo. 
- ¿Pero.....?
- Mi único PERO es que entiendas que no puedes comprar la salud de Nathan.
- ¿Me pides que me dé por vencido? Eres un maldito...
- NO, ROBERT. NO TE PIDO QUE TE DES POR VENCIDO. TE PIDO QUE COMPRENDAS QUE HAY SITUACIONES QUE  ESTAN FUERA DEL ALCANCE DE LA MEDICINA -.
La voz del doctor Becker había retumbado en la habitación. Schäfer lo miró fijo a los ojos, inexpresivo.
- Terminemos con esta discusión, Robert. Nate podría oírnos.
- Tú y tu maldita MEDICINA pueden irse al demonio.
- Lo lamento, Robert. Y lamento mucho tener que oírte decir todo esto. Y también lamento lo de tu...
- NO. NO TE ATREVAS A DECIR QUE LAMENTAS QUE NO PUEDAS SALVAR LA VIDA DE MI HIJO Y DEJAR QUE SE MUERA COMO LO ESTA HACIENDO.
Un silencio sepulcral emergió de la nada luego de que el eco de la voz del señor Schäfer se convirtiera en nada. La puerta se había abierto chirriando y una cabeza con pelos rubios se había asomado.
- MORIRÉ.
El niño estaba pálido bajo el umbral de la puerta entreabierta. Su semblante era tan angelical como siempre pero ahora era frío e inexpresivo.
- NATHAN. OH, DIOS MIO. 
A continuación, Robert se arrodilló delante de su hijo como si esperara el perdón de una traición.
- Es por eso que llorabas, papá. Porque me voy a morir.
El niño no lloró sino que miró con tristeza a su padre como si sintiera pena por él, como si fuese él el condenado a muerte.
- ¡Nate, mi vida¡.
- Lo siento, papá.
El pequeño niño le acarició el rostro a su padre y salió corriendo tan precipitadamente que ninguno de los dos adultos eran conscientes del evento hasta cinco segundos después.
- Robert, corre. ¿Qué esperas?- le urgió el doctor Becker.
- Mi hijo. MI NIÑO.
El médico de Nathan sacudió repetidamente a su amigo aunque sin señal alguna de que éste volviera en sí. La reacción de su amigo parecía alejarse cada vez más de aquella realidad  tan sórdida. Entonces, Becker dejó a su amigo tendido en el suelo y salió del consultorio corriendo en busca del pequeño fugitivo.
 Afuera, las calles de Hannover estaban abarrotadas de gente. Los transeúntes se movían en todas las direcciones acaparando la visión de Becker. Este miró en todas las direcciones agachando la vista por la estatura baja de Nathan. En uno de esos arrebatos de la multitud por circular, Caius creyó ver una silueta pequeña con cabello rubio que corría en dirección al norte. Fue por esa dirección y no vio ninguna señal del niño. Corrió un poco más hacia el norte y dobló en una esquina que se conectaba justo con el cementerio. Miró de nuevo en derredor y vio al pequeño fugarse de su escondite tomando el camino que daba al cementerio.
- No entres ahí-. Gritó Becker.
Nathan había entrado.
El doctor corrió rápidamente antes de que se le escapara de vista. Pero ya era tarde. En el cementerio había decenas de pasillos laberínticos. El lugar era demasiado grande para un niño. Y también para un adulto en su búsqueda.
Siguió corriendo, desesperadamente, metiéndose por un pasillo y otro. Aunque sin éxito alguno. Tropezó varias veces con raíces que sobresalían de los árboles y su uniforme, antes blanco, estaba marrón en tierra. Siguió mirando. Pero no había rastros. Preguntó a algunos visitantes que dejaban flores en nichos y tumbas descuidadas y podridas, si habían visto a un niño con la descripción de Nathan. Nadie pareció percatarse de las movidas de un niño en un cementerio, y menos aún dado que nadie visita un lugar así para ver a un niño correr.
Agitado y sin esperanzas de encontrarlo, a Becker se le ocurrió un lugar posible donde encontrarlo. Entonces, corrió por un largo pasillo de nichos desvencijados y luego tomó un atajo directo hacia una sección que rezaba:
    "EL JARDIN DEL DESCANSO"
A unas cuantas lápidas más allá reposaba él. Nathan. Reposaba en una tumba adornada de flores y con una lápida que rezaba:
               
              AMELIA MARIA ROSEMBERG
                AMADA ESPOSA Y MADRE
                                 1977-2011
          "Tu hijo y esposo nunca te olvidan"

- Aquí quiero estar cuando suceda.
Nathan se incorporó apenas para darse vuelta y quedar boca arriba, apoyado sobre la tumba de su madre como si fuera una cama.

- Dios Santo, Nate.
Becker sintió que el estómago se le retorcía de angustia.
- Doctor, Becker- dijo Nathan con voz dulce y angelical
- Dime, pequeño.
- Cree usted poder convencer a mi padre de que cuando muera pueda estar aquí, junto a mi madre.
- Pero Nate, ¿qué estás diciendo?
- Yo sé que moriré. Por eso mi papá llora todo el tiempo aunque él no se dé cuenta nunca de que yo lo veo llorar.
- ¿Por qué crees que te vas a morir? ¿De dónde sacas eso, pequeño?
- Los oí a usted y a papá.
- Nate, tú no te vas a...
- Es por eso que he estado visitándolo por mucho tiempo.
Por primera vez, desde que se encontraron en la tumba de Amelia, Nathan había mirado a los ojos al doctor Becker.
- ¿Puede usted hacerme otro favor muy grande que necesito?
- El que quieras, Nate. Y me prometes que luego de pedirme ese favor nos vamos de regreso a la clínica.
- No puedo volver, doctor Becker.
- Nate, tu padre estará muy preocupado si no regresas.
- Quiero que le diga a mi papá que cuando esté en el cielo junto a mamá, juntos lo vamos a cuidar para que nunca le pase nada malo. Para que le vaya muy bien en su trabajo y para que viva una vida feliz.
Los ojos del doctor Becker estaban anegados en lágrimas.
-Aquí me quedo, doctor. Voy a cumplir mi promesa desde ahora y con mi madre. Sólo recuerde decírselo a mi papá.
-  Lo sé, mi pequeño hijo.
Una voz ronca y triste se había alzado por encima de ellos dos. Robert Schäfer los había alcanzado.
- ¡Papá!.
- Nate, por favor. Te imploro que vuelvas conmigo.
- Lo haré con una condición.
- Lo que quieras, hijo. Lo que quieras.
- Quiero que me perdones.
El señor Schäfer permaneció perplejo unos instantes antes esa extraña petición. ¿Qué podría perdonarle a un niño de ocho años?
- ¿Perdonarte? ¿qué es lo que tengo que perdonarte, hijo?
- El tener que abandonarte, papá.

Narrativa Argentina 2013



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