RECUERDA QUE ESTA ES LA SEGUNDA PARTE DEL CUENTO ANTERIOR QUE SE TITULA "Relato de un alma en pena" EN ESTE ESCRITO ARRIBAREMOS AL FINAL DE ESTA TRAGEDIA ACONTECIDA A DOS JOVENES ESTUDIANTES... MAGDALENA Y ADAM
Era
demasiado temprano cuando desperté y vi la tenue luz de lo que sería más tarde
un amanecer resplandeciente y perfecto. Miré de reojo el reloj que reposaba en
la mesita de luz pero estaba tan distraída que no recuerdo la hora exacta que
las agujas marcaban. Sentía un fuerte dolor en el pecho como si el corazón
fuese a salirse de su sitio. Estaba abatida. No tenía fuerzas para poner un pie fuera de la
cama. Mucho menos para pensar en que debía vencer esa depresión abrumadora, pues
hoy sepultaría a mi prometido, Adam. Me senté sobre la cama y sin pensarlo me incorporé abandonando mi
lecho de tristeza. Pero la pena y el dolor se apoderaron de mi y volví a caer
sobre la cama, desesperanzada y llorando.
<< Te
extraño mucho, querido>> pensé mientras comenzaba lo que yo
ya llamaba “luto”
Los
pensamientos de aquel trágico y nefasto accidente no hacían más que apabullarme
cada vez que intentaba incorporarme. Tenía que hacerlo. Tenía que levantarme.
Tenía que despedirme de él. Para siempre.
<<tenía
que despedirme de él>>
Esas
palabras fortalecieron mi espíritu de modo que me incorporé poniendo la mente
en blanco sin dejar que ningún recuerdo o pena me abatiera de nuevo. Sin
embargo, era muy difícil no llorar o emitir algún gemido que otro. HABÍA PERDIDO A UN SER
QUERIDO.
Miré otra
vez el reloj y éste marcaba las siete y media. A las nueve me despediría de mi
Adam así que me apresuré y me dirigí al tocador. Le eché un vistazo al espejo y
vi no más que la figura de una joven de veinticuatro años con el rostro
demacrado de dolor. Tenía los ojos hinchados e imaginé que se debía al llanto.
Verme de esa
manera no hizo otra cosa que deprimirme más. Las agujas del reloj seguían
moviéndose sin pena alguna así que me apresuré más; me puse la vestimenta
adecuada para la ocasión y salí con paso veloz por la puerta dirigiéndome al
cementerio.
Cuando
arribé allí, el gentío estaba diseminado alrededor del ataúd en donde estaban
los restos de mi amado. El féretro permaneció media hora en la entrada del
cementerio listo para ser trasladado a su sitio de entierro. Varías personas se
acercaron a mí a darme el pésame y decirme que la vida sigue y que es bonita y
muchas estupideces más que la gente no sabe qué decir en un momento como éste.
¡Qué hipócritas que son! La mayoría de las personas que estaban allí odiaban a
Adam por su estilo de vida. Seguramente decidieron venir por puro compromiso
con los padres de mi amado o hasta puedo imaginarme que algunos sólo asistieron
a la ceremonia para regodearse de que un cerdo como él se estuviese pudriendo
dentro de una caja de madera. Una joven chica, de unos veintitantos años había
asistido al entierro vestida de rojo y con tenis fluorescentes. Me dio la
impresión de que, para ella, esa ceremonia era como cualquier otra; como una
fiesta o como la mismísima navidad celebrada el veinticinco de diciembre. Yo
contemplé el féretro que aguardaba afablemente en el centro de toda una muchedumbre
inútil que se enjugaba falsamente las lágrimas que brotaban de sus rostros, que
seguramente, eran lágrimas de alegría. Yo seguí allí…destruida. Sin fuerzas. El
pañuelo estaba empapado en lágrimas así que me limité a enjugarme las lágrimas
con las mangas de la camisa negra que vestía para la ocasión.
A
continuación, se aproximaron cuatro hombres corpulentos y levantaron el pesado
féretro para trasladarlo directo a la tierra. El gentío marchaba a paso veloz
cuchicheando quién sabe qué y yo seguí a mi prometido por detrás del ataúd.
Cuando llegamos al panteón, allí aguardaba un sacerdote con una sotana negra.
Era un sacerdote anciano y su rostro estaba todo curvado de arrugas. Desconozco
por qué, pero el semblante de ese sacerdote me transmitía un poco de paz.
El cura rezó una plegaria en latín y luego concluyó con una bendición en
inglés. Adam ya descansaba en paz. Su cuerpo yacía inerte bajo tierra pero yo
seguí allí. Parada. Inmóvil. Todos se habían marchado para entonces, cuando se
acercó a mí un niño descalzo con los zapatos cuyas suelas estaban desprendidas,
su semblante estaba sucio y su ropa harapienta.
-Señorita,
creo que va a llover- dijo el niño. Su voz era tan inocente que me dio mucha
ternura.
-¿Tú crees?- le pregunté yo incrédula.
Hacía un día magnífico.
-Eso creo- dudó el pequeño niño rascándose
la cabeza.- Al menos eso fue lo que oí hoy en la radio, señorita.
Sonreí con
ganas. Ese niño irradiaba un brillo de inocencia pura que nadie podría
resistirse jamás a sonreírle a alguien así.
-Pues, que
niño más curioso e interesante eres. Escuchas la radio. ¿Y qué más haces?
-Pues sólo eso. Le hago compañía a
mi tío que vive un rancho pequeño por aquí cerca. Él no tiene trabajo así que
ambos nos paramos en la entrada del cementerio y vendemos flores. Siempre lo
acompaño y escucho la radio con él. Hoy le pedí que se quedara en nuestro
ranchito. El pobre está muy anciano y quiero que descanse un poco.
Lo contemplé
con dulzura. Sus ojos eran verdes claros y su cabello era amarillo como la
arena, sólo que un poco enmarañado y mugriento
-¡Qué niño
más dulce eres. ¿Cómo te llamas?- le pregunté
-Devon. Me
llamo Devon.
-Y
además de tu tío, ¿vives con alguien más?
- No,
señorita. Sólo mi tío y yo.
- ¿Y tu mami y
papi?
- Pues…es una
historia muy trágica, señorita. Mi papá murió unos meses antes de que yo
naciera. Y mi mamá no quiso cargar conmigo así que me tuvo y me dejó a cargo de
mi tío. Él es tan bueno que a pesar de que pasamos hambre, no cambiaría ese
estilo de vida por ninguno mejor. Él es muy leal y yo quiero responderle de la
misma manera, señorita.
-Y lo eres, Devon.- le dije sonriendo.
- ¿Puedo
preguntarle algo?
-Sin duda alguna, Devon. Pregúntame.
-¿A quién acaba de perder?
Me puse roja. Su pregunta me tomó por
sorpresa.
-Mi esposo-
respondí.
En parte era cierto y en parte no.
-Lo lamento
mucho, señorita- me dijo apesadumbrado.
-Muchas
gracias, Devon. Eres muy noble, lo sabes.
-¿Me aceptaría esto?
El niño
había levantado una cesta repleta de flores de todos los colores de la que no
me había percatado. Una lágrima más brotó de mis ojos.
-Ay, Devon. Es que… no he traído dinero
para….
-No, señorita. No se la estoy cobrando.
-¿Es para mí?- pregunté confusa.
-En
realidad es para que usted se la obsequie al ser que acaba de perder.
El acto del
niño me había dejado sin palabras. No había nada más incómodo que un momento
como ese. Una pérdida horrible y un pequeño angelito que anda divagando por las
calles con hambre y frío.
-Ay, es que
Devon… yo…
-Tómela. Es
una rosa violeta. ¿Puede creerlo?
-No sabía que existiesen.
- Yo tampoco,
señorita. Pero el mundo y la naturaleza nos sorprenden cada vez más. Ahora si
me disculpa tengo que ir a trabajar. Que le vaya muy bien y, otra vez, lamento
su pérdida.
-Muchas
gracias, pequeño. Y buena suerte.
El niño se
alejó a paso lento por uno de los pasillos del laberíntico cementerio.
Quedé atónita ante lo que acaba de pasar que, por otro lado, me enternecía
mucho. Miré la rosa violeta y luego al agujero que había en un punto del
cementerio en donde, en su profundidad, reposaba el ataúd de Adam.
-Adiós, mi vida. Nunca te olvidaré.
Entonces
besé la rosa violeta para luego lanzarla a la tumba de mi prometido. PERO
NO PUDE.
El aroma de
aquella flor me embelesó e incluso me sentí mareada. Debía haberme golpeado con
algo al caer que me desmayé o algo así. Pero ya no estaba más en el cementerio.
Un lugar que no conocía se exhibía ante mí. Una especie de mundo que jamás se
me hubiera ocurrido que existiera.
Estaba
sentada sobre algo que no sabía cómo definir. Una especie de humo se esparcía
por ese sitio en donde primaba un silencio sepulcral.
<< yo tampoco te he olvidado, mi cielo>> susurró una
voz.
- ¡¿A...A...ADAM?!
<<¿Vienes
conmigo?! >>
A
continuación me tendió una mano y sin vacilar me aferré a ella como si se me
fuese a escapar otra vez.
FIN
Narrativa Argentina 2013
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